FaCEtas Educativas
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DE FONDO
“La educación, por más que sea, de derecho,
el instrumento gracias al cual todo individuo en
una sociedad como la nuestra puede acceder a
no importa qué tipo de discurso, se sabe que
sigue en su distribución, en lo que permite y
en lo que impide, las líneas que le vienen mar-
cadas por las distancias, las oposiciones y las
luchas sociales. Todo sistema de educación es
una forma política de mantener la adecuación
de los discursos con los saberes y los poderes
que implican” (Foucault,1992, p. 27).
El currículo expresa concentradamente el dis-
curso del poder-saber. Es el lugar ideal para ex-
plicitar u ocultar saberes y opiniones y por tanto
intenciones.
En la obra antes citada, Foucault precisa que:
“El discurso por más que en apariencia sea
poca cosa, las prohibiciones que recaen sobre
él, revelan muy pronto, rápidamente, su vincu-
lación con el deseo y con el poder. Y esto no
tiene nada de extraño: ya que el discurso –el
psicoanálisis nos lo ha mostrado– no es simple-
mente lo que manifiesta (o encubre) el deseo:
es también lo que es el objeto del deseo: y ya
que –esto la historia no deja de enseñárnoslo-
el discurso no es simplemente aquello que tra-
duce las luchas y los sistemas de dominación,
sino aquello por lo que, y por medio de lo cual
se lucha, aquel poder del que quiere uno adue-
ñarse” (Ibíd., p. 6 ).
Los límites que el discurso y por tanto el poder
dominante establecen al currículo se visibilizan en
forma de “escritura instituida”, pero ahí no termina
la historia. La noción de “currículo oculto”, debida
inicialmente a Iván Illich, así como las de “currículo
real”, “paralelo” y aun “nulo”, no se contraen por
supuesto a la idea de una posible intencionalidad
(la de ocultar, violar o desconocer): enuncian
sobre todo capacidades y tradiciones –cultura,
preconceptos, habitus, principios de autoridad–.
No siempre se oculta o desconoce un saber, una
posible enseñanza, por quererse (en el sentido de
voluntad) sino también por no poderse.
El currículum oculto siempre es el mismo, cual-
quiera que sea la escuela o el lugar. Obliga a todos
de inculcar ciertos significados, tratados —por la
selección y exclusión que le es correlativa— como
dignos de ser reproducidos por una AP, re-produce
(en el doble significado del término) la selección
arbitraria que un grupo o una clase opera objetiva-
mente en y por su arbitrariedad cultural” (p. 48).
El currículo no es, por tanto, otra cosa que la
sistematización teórica de una acción coercitiva.
Desde luego, esta arbitrariedad cultural y esta vio-
lencia pedagógica no enuncian, necesariamente,
una intencionalidad perversa, de factura conspira-
tiva. No hay, de hecho, manera alguna de evitar
que a las nuevas generaciones se les impongan los
saberes mínimos necesarios (incluye ante todo el
lenguaje) para llegar a ser parte de la sociedad. Es
el sentido principal de la expresión coerción acuña-
do por Durkheim. Arbitrariedad y violencia no tie-
nen por qué tener aquí la denotación de acciones
más o menos odiosas o cruentas: solo quieren de-
cir que a unos sujetos –en nuestro caso, pensamos
que siempre numerosos— la sociedad les obliga a
hacer suyos determinados saberes, valores, creen-
cias, etcétera, sin pedirles previamente opinión ni
permiso.
No hay que ocultar, sin embargo, la cuestión
central: el carácter de las relaciones sociales y, por
tanto, de las relaciones pedagógicas, como relacio-
nes de poder. ¿Qué es la educación sino el campo
por excelencia para la reproducción del poder? Lo
será, entonces, el diseño curricular. Digamos con
Azócar M. (2012):
“El currículo es la escritura instituida de una
postura educativa y formativa acerca del ser
humano social en relación con un tipo de so-
ciedad y unas demandas histórico-culturales,
políticas y económicas. Una escritura instituida
que se configura históricamente, lo que implica
entenderla según ciertas ideas dominantes que
han privilegiado el énfasis en determinadas for-
mas de organización de saberes, prácticas, ne-
cesidades, finalidades y experiencias” (p. 53).
El poder no puede prescindir del saber porque
entonces ya no sería propiamente poder.